Vuelvo
a la carga con una de esas historias que nos apasionan, sí sí no lo niegues a ti
y a mí nos encantan estas truculentas historias
murcianas. Historias que si además tienen un crimen de por medio ya es
la bomba.
Y
esta historia que os cuento hoy lo tiene, vaya sí lo tiene. Un crimen sin
sentido, un asesinato nacido de un momento de locura, con una víctima
prácticamente elegida al azar.
Esta
historia murciana tiene lugar en la iglesia de
Santo Domingo el jueves 3 de mayo de 1906.
Os
pongo un poco en situación...
Los
jueves, al igual que ahora, era día de mercado en Murcia y como ya os contaba
en esta entrada por aquellos años se celebraba en la Plaza de Santo Domingo.
Acababa
de terminar la misa en Santo Domingo y era la hora de limpiar la iglesia para
los cultos del día siguiente. Los encargados de la limpieza eran el campanero,
su esposa, dos monaguillos y el sacristán.
Como
todos los días mientras limpiaban y esperaban que se secara el suelo dejaban la
puerta que da la plaza abierta. De repente entró un
sacerdote a toda prisa con la sotana remangada que se dirigía a la
sacristía. En
la sacristía el sacerdote se encontró con el monaguillo Ramón Gil y le preguntó
por el Padre Marquínez, el superior de los jesuitas. El
monaguillo le contestó que no estaba estos días en Murcia.
- ¿Quién hay
entonces?
- Aquí solamente está
el Padre Toribio Martínez.
- ¿Dónde se
encuentra?
- Haciendo sus
oraciones en la sala de juntas.
- Dile que si puede
salir, que me va a confesar.
En
ese mismo momento salía el Padre Toribio de la sala de juntas y hacia él se
dirigió el sacerdote. Se saludaron y comenzaron a hablar de una manera
distendida. El monaguillo se marchó a ayudar con la limpieza y los dejó solos
con su conversación.
Al
rato resonó en el templo una gran detonación,
los que hacían la limpieza se quedaron parados, mirándose los unos a los otros
sin saber que había sido ese estruendo. El sacristán dijo que debían de ser
unos cristales que se habían roto, los demás le respondieron que eso no había
sonado a cristales rotos.
Ramón,
el monaguillo, fue el primero en reaccionar; corrió hacia la sacristía y vio
salir en ese mismo instante al sacerdote que había preguntado por el Padre
Marquínez con una pistola en la mano. El
sacerdote se dirigía hacia el huerto.
De
nuevo se escuchó otra detonación...
Cuando
se acercaron el campanero, su esposa, los dos monaguillos y el sacristán al
huerto se quedaron horrorizados con la
imagen que vieron e inmediatamente salieron en busca de auxilio.
Tres
guardias municipales acudieron a la llamada, los agentes Botía, Conesa y
Gallego entraron en la iglesia revólver en mano. Más tarde se unirían el jefe
de orden público, el señor Buendía, y la pareja de guardias del centro. Primero
entraron a la sacristía y en la puerta de la sala de juntas encontraron un sacerdote tendido en el suelo cubierto de
sangre. En ese momento lo oyeron decir Dios... y casi a continuación el Padre Toribio Martínez dejó de
respirar.
Los
guardias se separaron en busca del autor del crimen. Uno de los guardias salió
al huerto y allí encontró a un hombre vestido con sotana tendido en mitad del
cenador sobre un charco de sangre. Un hombre de unos 29 años que presentaba dos
heridas de bala en la sien derecha.
Al
registrar al asesino se le encontró encima un
billete de tercera clase de ferrocarril desde Totana a Alcantarilla, un lápiz
delgado ya muy corto, cuatro piezas de diez céntimos y un sobre cerrado que
decía: Motivos del hecho.
En
seguida se personó en la iglesia el juzgado de San Juan, formado por el juez señor
Soler, el actuario señor Murcia y el oficial señor Marín. También acudió el
fiscal de la Audiencia D. Rafael Pérez Torres. El juzgado revisó la escena del
crimen, recogió pruebas y se llevó el sobre con los motivos del hecho.
No se sabe a ciencia cierta que decía ese sobre pero el Diario El Liberal después de investigar a fondo la vida y circunstancias del asesino en su edición del 4 de mayo de 1906 nos da algunas claves:
En
el diario nos aclaran que el asesino era el Padre Pedro
Morales, natural de Mazarrón. El Padre Morales desempeñaba su cargo
eclesiástico en la parroquia de Santa María de Nieva, Segovia. Desde allí vino
a Murcia para hacer ejercicios espirituales en el Convento de los Jerónimos,
bajo la dirección de los jesuitas.
Desde
el diario suponen que su resolución de acabar con todo de una manera tan
violenta nacía de las dificultades en su
carrera con las que se había encontrado en los últimos años; sus reclamaciones
a las autoridades eclesiásticas que alguna vez le corrigieron; su sospecha o
certidumbre de que en estos obstáculos no dejaban de ejercer influencia los
jesuitas que recientemente le tuvieron haciendo ejercicios espirituales. Parece
ser que tenía impuesta obligación de renovar frecuentemente sus licencias
eclesiásticas debido a gestiones o denuncias de los jesuitas. Morales suponía
que los jesuitas influían en su contra y este pensamiento le obcecó hasta el
fin de sus días.
Lo
que sí se sabe es que el sacerdote Morales se hospedaba en la fonda de la
Catedral, en la habitación número dos; que había llegado hacía tres días de
Mazarrón; que comía y dormía perfectamente, sin que nadie observara nada
extraño. Los camareros de la fonda confirman al Diario que el día 3 por la mañana recibió un carta, dijo que no volvería a comer
porque estaba convidado y se marchó, no volviendo a tener noticias de
él.
En
la investigación descubrieron que víctima y verdugo
no se conocían, de hecho las primeras palabras que se dirigieron fueron
las últimas. Pedro Morales entró a la iglesia de Santo Domingo buscando al
Padre Marquínez, superior de los jesuitas en esta residencia pero al no
encontrarlo y ciego como iba de ira y rencor mató al primer jesuita con el que
tropezó.
La noticia corrió como la pólvora por todos los rincones de la
ciudad. Muchos no se atrevían a creer lo que escuchaban por boca de sus vecinos
y acudieron en masa a la redacción de El Liberal a esperar la salida del diario.
Tanto fue el interés de los murcianos en conocer todos los datos del crimen y
posterior suicidio que el periódico tuvo que renovar su tirada del 4 de mayo
cuando ya se había dado por concluida.
Desde
luego una terrible y desgraciada historia que no por antigua deja de estar de
actualidad. Muchas gracias por estar ahí, nos vemos por Murcia.
Fuentes: Diario El Liberal
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En Murcia también tenemos nuestros rinconicos negros jeje. Un saludico.
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